Verdades...
Me pregunto si fue entonces cuando empezó en mí el desmedido deseo por una mujer. Estoy persuadido que en cierto modo, fatal y mágico, mi vida materialista empezó con Anabel
La muerte de Anabel se convirtió en un obstáculo para cualquier romance posterior. Lo espiritual y lo físico se habían fundido en nosotros con perfección incomprensible.
Una noche Anabel burló la estrecha vigilancia de su familia. Detrás de su casa encontramos un muro bajo, de piedras. A través de la oscuridad y los árboles veíamos las ventanas iluminadas. Ella tembló cuando le besé el ángulo de los labios y el lóbulo caliente de su oreja.
Un racimo de estrellas brillaba sobre nosotros. Ví su rostro reflejado en el cielo, sus piernas...sus adorables piernas, no estaban muy juntas y cuando encontré lo que buscaba sus rasgos adquirieron una expresión soñadora en la que se mezclaban el dolor y el placer.
Cada vez, que en su solitario éxtasis se abandonaba, inclinaba su cabeza y sus rodillas cerraba, apretaba mis muñecas y las apretaba con fuerza para relajarse después, su rostro se acercaba jadeante a mi , había rodeado con sus manos el cetro de mi pasión.. Los días de mi juventud parecían huir de mí como una ráfaga de pálidos desechos.
Durante las relaciones con las mujeres me mostraba práctico, irónico, enérgico. Mientras fui estudiante las mujeres pagadas me bastaban. Al principio me encaminé por otras rutas, luego encontré el camino del arte. Discutía películas soviéticas, publiqué ilegibles artículos en revistas de escasa circulación. Escribí una historia por encargo de una importante editorial, después empecé a compilar el manual de literatura francesa, cuyo último número estaba a punto para la imprenta en el momento de mi arresto