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jueves, 30 de diciembre de 2021

Verdades...

Crecí como un niño feliz en un mundo brillante de naranjos, perros amistosos y rostros sonrientes. En torno a mi giraba el hotel Miramar  como una especie de universo privado, a todos le caía bien.

Mi padre me sacaba a pasear en bicicleta, me enseñaba a nadar, me leía Don Quijote y a los Miserables. Me enorgullece de él cuando cuando llegaban hasta mí los comentarios de sus numerosos amigos, iba a una escuela a pocos kilómetros del hotel, sacaba muy buenas notas. El único tema sexual que recuerdo antes de que cumpliera los trece años fueron conversaciones sostenidas con el hijo de una actriz cinematográfica por entonces muy celebrada.

En el verano de ese año mi padre recorría Italia con Madame R. y su hija. Yo no tenía a nadie que recurrir..

Permítaseme describir a Anabel. Diré que era una niña encantadora. Sus padres viejos amigos de mi tía, habían alquilado una casa cerca del hotel. Al principio Anabel y yo hablábamos de temas periféricos. La dulzura, la indefensión de las crías de los animales no causaban la misma sensación.. Anabel quería ser enfermera en un país en donde hubiera hambre; yo, un espía famoso.

Nos enamoramos en una manera frenética y desesperanzada; aquellos arrebatos de mutua posesión sólo se habían saciado si cada uno se hubiera embebido y saturado de cada partícula del alma y del corazón del otro, pero jamás llegamos a conseguirlo..

Con un débil pretexto escapamos a la sombra de unas rocas donde tuvimos una breve sesión de caricias. Estaba a punto de poseer a mi amada cuando aparecieron dos hombres que nos lanzaron soeces exclamaciones. Tiempo después Anabel falleció a causa del tifus

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