Verdades...
Veo de pronto una cara pálida y triste con unos ojos ardientes. Veo también el traje de terciopelo que nunca olvido, cubriendo sus cálidos senos y sus carnes frescas. Me siento a su lado y me habla un diluvio de palabras.
Viajé por todo el país desempeñándome en varios frentes, donde se hizo más notorio el comercial. En ese estado emocional llegue a los treinta años de edad, y cometí, tal vez mi mayor equivocación, -me casé y elegí mal- Quedó un descendiente. Ese ambiente de inestabilidad que inicié a los quince o dieciséis años, todavía existía.
Paso por el puente del ferrocarril, donde muchas veces me quedaba a ver salir los trenes a tiempo que me preguntaba dónde diablos podía estar ella. Siento su cuerpo junto al mío y me imagino pasar las manos por ese cálido terciopelo, todo lo que nos rodea está desmoronándose, no revivo el cuerpo cálido.
En uno de esos remansos de aparente paz y estabilidad emocional cumpli los cuareenta. Los celebré con dos hechos a cual más funesto: -mi matrimonio y mi separación-. Pero así mismo sobrevino una aparente situación de calma que me convulsionó. Vino también un vínculo laboral, no fue ningún paraíso, fue un espacio de aparente estabilidad. A partir de ese momento se inició una serie de situaciones contradictorias.
Se inició con un accidente de tránsito, continuaron otros incidentes que marcaron un camino. Un cambio de lugar de residencia que fue el inicio de una época floreciente pero irrelevante. Mis relaciones personales estuvieron matizadas por situaciones que no fueron otra cosa que una amalgama de expectativas que aún persisten.
Empecé por corregir mi vida personal. Lo que logré por momentos que no duraban por espacios muy largos, los esfuerzos fueron fallidos. Hoy me detengo y, veo al lado del camino, con nostalgia acepto que no pude lograr gran cosa. Las huellas que han quedado no son alentadoras.
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