El hecho de haber asimilado estos conocimientos, la harán un caso rarísimo entre las mujeres de su generación. Una interlocutora válida, auténtica compañera en los juegos del saber. Es lo que sucede a Nietzsche y Freud.
La desgracia de Guillot es que Lou ignoraba la turbación física y que ahí radicó la clave, más bien sorprendente, en su vida de mujer.
Le gustan los hombres. Posee un intelecto poderoso, no tiene cuerpo, pero tampoco lo quiere.
Un día Guillot, extasiado le propone matrimonio, Lou se lo notifica con tristeza. "Siempre seguiré; siguiendo su niña; pero no lo volveré a ver nunca más".
Zurich es un punto de reunión para los jóvenes de ideas revolucionarias y libertad sexual. Pero lo que más le interesa a Lou es trabajar con Alois Biederman, un teólogo protestante de la época.
Para conseguir el pasaporte Lou debe estar confirmada. Vuelve a acercarse a Guillot que le propone llevarlas a ella y a su madre a Holanda, dónde la confirmaría en la iglesia de un amigo.
El pastor Guillot no podía pronunciar su nombre y la llama Lou. Ella lo convertirá en su nombre para siempre
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