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lunes, 6 de mayo de 2024

EL AMOR.

    El roce de las sábanas bastaba para provocarme y desatar un deseo persistente. Me revolvía insomne hasta rendirme a mis instintos. Me sacaba la camisa de dormir, las bragas y dejaba que el calor  que me subía a las mejillas y el oscuro espacio de mis ojos surgieran a otros entornos y circunstancias. Mis manos, entonces jugaban el papel de amantes fogosos, acariciaban mis pechos, mi estómago, mi sexo, dueños de información precisa, de las coordenadas de mi placer y me hurgaban las fuentes.

   Poseídos de mis urgencias y mis gemidos, los amantes dedos se entornaban entonces en colibríes y aleteando vertiginosamente sobre la flor de pétalos carnosos se extendían hasta llenarme el cerebro de aromas. Al fin la flor enorme, deshaciéndose en pulsaciones, soltaba sus etéreas nubes amarillas, mientras el manojo de pétalos mojados, que era yo, retornaba despacio a su existencia de muchacha.

   Volvía a repetir el rito una y otra vez. Me retaba a indagar los límites de mi sed  o mi resistencia, podría ser acaso una manera feliz de suicidarme y a la postre me quedaba dormida.

   Algo me intrigó, fue no poder responderme si estaba o no enamorada de Manuel.

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