Dentro del entorno de mi mente y mi cuerpo yo era reina y soberana, disfrutaba de la más absoluta libertad.
Libertad, para mí, había sido un concepto más bien intangible. Ahora la noción de libertad se me revelaba en toda su dimensión.
A los demás podía parecerles que yo continuaba siendo la colegiala, pero en mi interior el paisaje era totalmente diferente. Me fascinaba la idea de mi impenetrabilidad, de que nadie tuviese acceso a mi mundo interior. La soledad a que me obligaban mis secretos me parecía un precio irrisorio por la propiedad privada en inviolable de mi intimidad.
Recibí carta de Isis. Decía que algún día, cuando fuera mayor, entendería lo frágil que era el amor, los disvarios y dolores que había que superar cuando se quería mucho. Me repetía que continuaba en pie su invitación a darme alojamiento si es que me decidía a realizar mis estudios en Nueva York y me reiteraba su amor y su apoyo.
La carta me hizo sentir menos sola, más adelante quizás, hasta me animaría a pedirle consejo. Me quedaba sola en la cama y fue un desafío. Me preguntaba si la pérdida de la virginidad era la señal para que se activaran los nervios dormidos.
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