De vuelta al internado, caminé por el pasillo angosto, golpeé en la puerta de Margarita pero no estaba. Llegué a mi cuarto pensando en darme una ducha.
En el baño, las bañistas hablaban de una película vista esa tarde. Me desvestí y entré en el cubículo más lejano. Mi ducha tendría que ser breve porque el agua caliente no duraría mucho.
Me pasé la toalla de mano sobre los brazos, el cuello, los pechos. "Para ser tan joven y virgen eres muy deshinivida, me había dicho Manuel.
Me daba rabia admitirlo, pero inexplicable y súbitamente, cuando me tiró la manta para que me cubriera, me dio vergüenza.
Si pretendía ser otra persona , tenía que admitir que la muchacha de diecisiete años nadaba desde hacía varios fines de semana en aguas que subían por encima de su cabeza. Ya no era virgen, había hecho el amor con un hombre mayor que vivía obsesionado por una reina del siglo XV, una mujer cuya pasión y desafuero eran objeto de leyenda. El decía querer en mi el comportamiento de Juana, la reina que lo obsesionaba .
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