Era octubre y el frío había empezado a media semana con vientos helados que soplaban de las sierras. Pensé en el invierno que se avecinaba. En mi mesa de noche el reloj marcaba las 5 y media a. m., todavía faltaban varias horas para que el día iluminara pero ya estaba despabilada pensando en el encuentro que tendría con Manuel en El Prado, me la había pasado imaginando escenas descabelladas en su apartamento.
Manuel me esperaba en el mismo lugar. Empezó a caminar sobre la acera y al llegar a la esquina detuvo un taxi y dio la dirección de su casa. Yo me dejé llevar.
La conversación fluía muy fácilmente. Yo me había sentido un poco nerviosa debido a la tensión de querer aparentar liviandad mientras intentaba sofocar el temor de que Manuel pudiera leer en mi rostro las fantasías románticas que me asediaban.
Su actitud tranquila, su voz de tonos bajos, la conversación conmigo mermó mi ansiedad. La sangre empezó a circular más despacio por mi cuerpo. Le contaba de mis clases de literatura, de la señorita Aguilar, cuando me preguntó si me había enamorado alguna vez.
-- Me reí de buena gana.
-- No he tenido muchas oportunidades. Desde los trece encerrada en un internado...
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