Pretendía que me desnudara, pensé. Hacía el fin de mi niñez yo había pasado una época de extrañas fantasías, en las que ya fuera como esclava egipcia o una princesa azteca, hombres rudos me obligaban a desnudarme. Yo pateaba y luchaba por evitarlo, pero al final me mostraba desnuda, la exhibición de mi cuerpo me excitaba.
Una vez me imaginaba desnuda me sentía enormemente poderosa. Imaginaba manos llenas de lujuria tocándome mientras yo protestaba.
Se acercó:
-- Alza los brazos, --me dijo.
Metí la cabeza por la abertura del cuello. Sus manos frías me rozaron. Por unos segundos escuché el rumor de la tela deslizándose por mi cuerpo. Entre mis piernas sentí una humedad, Una sensación exquisita, cada roce del traje producía en mi piel el efecto de un poderoso chorro cayendo en un estanque y desatando estremecimientos. Pensé que era divertido que mis fantasías de niña se cumplieran así. No me había sentido vulnerable desnuda. Aunque fuera una sensación nueva mi instinto lo reconoció.
Manuel se acercó diciendo: Bienvenida al renacimiento.
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