Edgar Allan Poe...
Vi también durante algunos momentos el horror delirante, el suave y casi imperceptible ondear de las colgaduras color azabache que revestían las paredes de la sala. Y luego centré la atención en siete altos candeleros que había sobre la mesa. Al principio tenían un aspecto amable y parecían esbeltos ángeles blancos que me salvaría, pero luego, de repente, una náusea fatal invadió mi espíritu y sentí temblar cada fibra de mi cuerpo como si le hubiera tocado un cable de una pila galvanizada, al tiempo que las formas angelicales se volvían espectros informes con cabezas llameantes, entendí que no recibiría de ellas ayuda alguna. Y entonces invadió mi imaginación, cual si fuera una clara nota musical, el pensamiento de cuán dulce descanso brindaría la tumba. Este pensamiento me llegó de forma sigilosa y furtiva, y transcurrió algún tiempo sin que lo apreciará plenamente; pero cuando, finalmente, mi espíritu pudo realmente sentirlo; se esfumaron ante mis ojos, como por arte de magia, las figuras de los jueces, los candelabros se desvanecieron como el humo; sus llamas se apagaron totalmente; sobrevino la más negra oscuridad; todas las sensaciones parecían engullidas hacia una vertiginosa caída como si fuera la del alma hacia el Hades. Luego se hizo el silencio, la quietud y la noche en el universo.
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