Verdades...
Tomamos la calle,
más adelante apareció la casa de los Haze. Apreté el timbre, una criada me hizo entrar, la seguí de mal agrado hasta el final del vestíbulo. Entonces, una oleada azul se hinchó bajo mi corazón, vi sobre una esterilla, semidesnuda, de rodillas a mi amor de la Riviera.
Era la misma niña; de hombros frágiles y color miel, la misma espalda esbelta, sedosa, el mismo pelo castaño. Un pañuelo anudado en torno a su pecho ocultaba a la miradas lascivas de mis ojos, pero no a los de los recuerdos, aquellos senos juveniles que un día acaricie. Reconocí el pequeño lunar pardo. Con asombro y deleite volví a ver su encantador abdomen, en el que había hecho una breve pausa mi boca mientras iba camino del sur y las caderas en que había besado las huellas dejadas por la cinturilla de su ropa, aquel día de locura, aquel dia inmortal.
El vacío de mi alma consiguió embeberse en los detalles de su resplandeciente hermosura y los cotejó con los rasgos de su difunta novia.
Me había instalado en la casa de la señora Haze y el diario que me propongo contar abarca casi todo el mes de junio.
Día muy cálido, desde un punto ventajoso vi a la niña recogiendo la ropa tendida en la parte de atrás de la casa, llevaba una camisa a cuadros, zapatillas deportivas. Cada movimiento que hacía en aquella sombra salpicada de rayos de sol punzaba las cuerdas más secretas y sensibles de mi cuerpo.
Al cabo de un rato se sentó junto a mí en el último escalón de la escalera y empezaba a coger los guijarros que tenía en los pies, para arrojarlos luego en una lata. ¡Qué placentero tormento! ¡Maravillosa piel, suave y tostada, sin el menor defecto.
Los dulces y chocolates provocan acné en las ninfas. Pero las ninfas no tienen acné aunque se atiburren de comidas grasientas. Qué paroxismo de placer me hace sentir el brillo de sus suaves patillas que se van oscureciendo. Cuando se puso de pie, pude admirar desde lejos los fondillos descoloridos de sus tejanos.
La vi marcharse con una niña morena llamada Rose. ¡Por su modo de andar es una niña. sólo una niña. ¿Por qué me excita tan abominablemente?
La señora Haze, provista de una cámara fotográfica, ojos tristes hacia arriba, alegres hacia abajo, tomó la decisión de fotografiarme mientras estaba sentado en los escalones.
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