UNA BROMITA…
Chejov
Descendemos por tercera vez, y
noto cómo está observando mi
cara y mis
labios. Pero yo me cubro
la boca con
un pañuelo, toso y al
llegar a la
mitad de la
colina alcanzo a
musitar:
- ¡La amo, Nadia!
Y el misterio sigue
misterio. Nádenka guarda silencio,
piensa en algo… Nos retiramos
de la pista y ella
trata de aminorar
la marcha, esperando siempre
que yo diga aquellas
palabras. Veo cómo sufre
su corazón y
cómo ella se
esfuerza para no decir
en voz alta:
“¡No puede ser que las
haya dicho el
viento! ¡Y no quiero que haya sido el viento!”.
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