UNA BROMITA…
Chejov
- ¿Sabe una cosa? - dice sin mirarme.
- ¿Qué? – le pregunto.
- Hagamos… otro viajecito.
Subimos por la escalera.
Vuelvo a acomodar
a la temblorosa
y pálida Nádeñka en el trineo y de
nuevo nos lanzamos en el terrible
abismo; de nuevo brama el
viento y zumban los
patines; y de nuevo, al alcanzar
el trineo su impulso
más fuerte y ruidoso, digo a media
voz:
- ¡La amo, Nadia!
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