PARÁBOLA DE
UN SOLITARIO…
Los
vendedores no lo hicieron para no aparecer sospechosos. Casi parecía una
batalla, arrojaron las pesas al centro de la calle. El único de los vendedores
que se comportó con sangre fría fue el tabernero. No tenía licencia para vender
pescado, no tenía licencia pero no tenía pesas falsas, conocía la ley y un
inspector de pesas y medidas no tenía que ver con las licencias.
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