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sábado, 5 de mayo de 2018

UNA HISTORIA


                               CONSTANTINA    8        
    El venerable Patricio a duras penas se sostenía con el bastón, vestía una levita que disimulaba malamente unos pantalones casi vacíos, mucha gente lo confundía con una sombra chinesca. ¿Qué había sido? ¡Tal vez un empleado del ministerio de justicia!
   La alta sociedad no acepta caras lívidas de padecimientos morales y físicos, pero por más cuidado que se ponga, siempre se encontrará un lugar aceptable o un antro desconocido por los sabuesos literarios. “La Casa de Constantina” era una de esas curiosidades.
   Entre los habitantes de la casa sobresalía un hombre de cincuenta años, ancho de hombros, músculos muy visibles, manos grandes y abundantes vellos de color rojizo que establecía un marcado contraste por el gesto de su cara que ofrecía señales de dureza; sus modales insinuantes, atentos, y su buen humor que lo hacía agradable. Era el único huésped que disponía de llave de la casa, debiendo advertir que se entendía muy bien con la casera…

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