CONSTANTINA 8
El venerable Patricio a duras
penas se sostenía con el bastón, vestía una levita que disimulaba malamente
unos pantalones casi vacíos, mucha gente lo confundía con una sombra chinesca.
¿Qué había sido? ¡Tal vez un empleado del ministerio de justicia!
La alta sociedad no acepta caras
lívidas de padecimientos morales y físicos, pero por más cuidado que se ponga,
siempre se encontrará un lugar aceptable o un antro desconocido por los
sabuesos literarios. “La Casa de Constantina” era una de esas curiosidades.
Entre los habitantes de la casa sobresalía un hombre de cincuenta años,
ancho de hombros, músculos muy visibles, manos grandes y abundantes vellos de
color rojizo que establecía un marcado contraste por el gesto de su cara que
ofrecía señales de dureza; sus modales insinuantes, atentos, y su buen humor
que lo hacía agradable. Era el único huésped que disponía de llave de la casa,
debiendo advertir que se entendía muy bien con la casera…
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