Después de
caminar varias cuadras y de doblar una esquina entró en una casa de modesta
apariencia.
Pasadas las horas salió doña Mariana
llevando un envoltorio debajo de una mantilla y volvió a su casa donde llegó
sin novedad. Entró y cerró la puerta con llave, puso el envoltorio en la cama,
lo examinó con ansiosa curiosidad: era un hermoso niño acabado de nacer.
Contentísima con lo que creía era un
presente que Dios le enviaba, se sentó en un baúl junto a la cama, colocó al
niño en su regazo y continuo contemplándolo con tanta ternura como si fuera su
madre.
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