Doña Mariana
Soldevilla, una señora de buen linaje, viuda de un español que no le había
dejado otra fortuna que la casa en que vivía y una negra esclava llamada
Juliana.
A tiempo en que dormía, en las altas horas
de la noche golpearon suavemente la pequeña ventana y la llamaron por su
nombre. Preguntó quien la llamaba y abrió la ventana.
Doña Mariana,
sin despertar a su negra, salió y siguió acompañada de dos mujeres en dirección
al Vallano (ella vivía en el Empedrado cerca al convento de la Merced)
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