En medio de tanta turbulencia, el mundo era muy inocente. Simone y Sartre, por ejemplo, siempre quisieron ser famosos y dedicarse a salvar el mundo a través de la literatura. La puerilidad del empeño sólo tiene parangón con el nivel de megalomanía. Y es que Sartre y Salomé fueron en efecto, en esto, almas gemelas, narcisistas, egocéntricas, elitistas, insufriblemente megalómanos.
Pocas veces han existido dos seres tan dependientes de la palabra, tan construida por y para ellos. Escribieron y hablaron incesantemente un torrente de sílabas. Palabras pronunciadas en los bares o en el aula de clases del instituto, o en las agotadoras veladas con sus numerosos amantes tan ansiosos de hacer el amor con ellos. Palabras escritas en la intimidad del libro o en una correspondencia maniática e interminable.
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