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martes, 23 de abril de 2024

EL AMOR.

   El lunes por la noche le escribí a Isis contándole el descubrimiento de las cartas y papeles de mi madre, empecé a llorar mientras lo hacía. Isis y yo compartíamos la precisión de nuestros recuerdos.

   Saber que para Isis el recuerdo de mi madre tenía color me aliviaba de explicaciones y dejaba mis emociones en libertad, no quería caer en sentimentalismos pero me encontré naufragando en ellos.

   Sí, al escribirle a Manuel me sentía madura y perceptiva, al dirigirme a Isis me  contemplé desolada, infantil, con gran necesidad de que me compadecieran.

   Escribí desde un sentimiento de profunda orfandad, ignoraba albergar semejante desgarré. Cuando terminé la carta, salí del salón para poder sollozar como una criatura. Fue como si por primera vez interiorizara la ausencia definitiva de mis padres, que ya jamás nunca vendrían por mí al colegio. Que no me llevarían a casa ¡Ya no tenía casa! Era como un globo lleno de helio sin una mano que lo sostuviera, un globo desprendido movido por el viento.

   El reconocimiento de esta realidad resquebrajó las ilusiones en que me había refugiado.

    

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