Patricia
-- ¡Malena !-- mi madre volvía la cabeza para encontrarme--¿No le dices nada a Patico?
-- Hola, Patico --decía yo entonces, contra mi voluntad-- ¿Qué tal Patico, qué tal? Yo también la cogía de la mano, que siempre estaba fría y viscosa de babas, mezcla de papilla y crema perfumada. Patico me inspiraba cada mañana de domingo. Mis primos varones saludaban a Patico, no la tocaban nunca.
Aquella mañana él estaba sentado en una silla al lado de su hija. Su presencia, una fuerza más poderosa que el viento, que la lluvia o el frío.
De todas las cosas que me daban miedo en el caserón del abuelo, sus sombras eran sin duda las que más me aterraban.. Mi abuelo había nacido setenta años antes que yo. Nadie me lo había advertido nunca. Los muebles lo susurraban, los olores lo confirmaban
No hay comentarios:
Publicar un comentario