Edgar Allan Poe...
Dejando la pared, resolví cruzar el área de mi mazmorra. Al principio procedí con extrema precaución, pues el suelo, a pesar de parecer formado de material sólido, tenía un limo traicionero. Sin embargo al cabo de un buen rato, cobré ánimos y sin vacilación pasé con firmeza, empeñado en cruzar en una línea más recta posible. Había avanzado así unos diez o doce pasos, cuando el resto del dobladillo rasgado del sayo se me enredó en las piernas, lo pisé y caí de bruces.
Debido a la confusión que siguió a mi caida, no me percaté en ese momento de un detalle un poco sorprendente y que no obstante, unos segundos más tarde, mientras aún yacía en el suelo, captó mi atención. Se trataba de lo siguiente; tenía la barbilla apoyada en el suelo del calabozo, pero no así los labios ni la parte superior de la cabeza que, aunque aparentemente se encontraba a menor altura que la barbilla, no tocaban nada. Al mismo tiempo, parecía tener la frente bañada en vapor pegajoso y mis fosas nasales percibían el olor característico de las setas putrefactas.
Alargue el brazo y me estremecí al descubrir que había caído al borde mismo de un pozo circular cuyo tamaño desde luego no tenía medios para averiguarlo en ese momento...
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