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Verdades...

No era una ninfa a la que había poseído frenéticamente sino a un ser de mi propia creación, un ser de mi propia fantasía que no tendría voluntad ni conciencia, que carecía de vida propia. Nada me impedía  repetir una escena que la había afectado tan poco, como si fuera una imagen fotográfica.

La tarde siguió fluyendo y los altos árboles parecían saberlo todo, el deseo, aún más intenso que antes, empezó a quemarme de nuevo. Que vuelva pronto, que mientras mamá esté en la cocina podamos volver a vivir de nuevo los momentos del sofá, a pesar del temor que me acompaña.

Pero, no; temor no era la palabra. El embeleco de la visión de nuevos momentos de éxtasis iba acompañado de angustias, por que a pesar del fuego de mi apetito, me proponía con la fuerza de voluntad más ferviente, proteger la pureza de aquella ninfa.

La niña regreso a casa, se había ido al cine. La señora Haze sonrió y dijo que ojalá me gustara la ensalada y el surtido de fiambres. Había decidido que la niña iría al campamento de verano y que se  quedaría allí hasta que comenzarán las clases..

¡Oh! Que abatido quedé. Eso significaba que perdía a mi ninfa, precisamente cuando la había hecho mía en secreto.

Mi mano aún estaba lleno de la niña, la sensación de su espalda, de su piel que se sentía bajo la delgada tela de su vestido, que se sentía al subir y bajar mi mano mis manos cuando la abrazaba. Un dolor punzante se movía en mi interior, que tuve que dejar para recuperar mi compostura cuando oí la voz de la criada que me llamaba desde las escaleras.

Tenía un mensaje para mí: he aquí algunos apartes: