CONSTANTINA
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La casa de Constantina despertaba
a eso de las siete de la mañana cuando ella y su gato bajaban a la cocina y el
gato olfateaba la leche guardada en jarras tapadas con platos. Su cara vieja,
en cuyo centro nace una nariz en forma de avellana, sus manos y su cuerpo
regordetas armonizaban con aquella sala que destilaba pobreza.
Su rostro, frío como la primera helada de otoño, sus ojos arrugados que
pasan de la mirada convencional al amargo ceño del usurero explican la
hospedería, así como la hospedería explica a su propietaria. En otras palabras
el presidiario no marcha sin el carcelero y no es posible el uno sin el otro.
En “La casa de Constantina” el ambiente hace a los huéspedes, y estos a
su vez son el ambiente de la casa.
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