De la
oficina del jefe le comunicaron la próxima visita de una comisión internacional
muy importante. El gueto debía mostrar una cara amable. La figura del jefe
tenía que aparecer brillante y la imagen transparente y llena de grandeza.
Había que derribar alambradas, rediseñar las
dependencias, hacer nuevas mediciones, en resumen hacerse respetar.
Así comenzó, para el comandante, ese
infierno por el que la mujer le reclamó el abandono, que él no podía compartir
a nadie. Ese era el precio de su lealtad.
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