A principios
del mes de marzo de 1789 un sábado como a las cinco y media de la tarde, tres
jinetes bien montados salían de Cali, por el lado del sur, en dirección a la hacienda
de Cañasgordas
Iba uno en
pos del otro:
El de adelante era un hermoso joven como de
veintidós años, de regular estatura, color blanco sonrosado, ojos negros
rasgados.
El jinete
que le seguía era un sacerdote del convento de San Francisco, frisaba en los
cuarenta y era de semblante grave y mirada profunda. Iba en una mula retinta de
buen paso y al parecer muy mansa.
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