-- ¡Hola!
Su voz estaba temblorosa. Hacía años que no la oía así,
-- ¿Qué pasa?
-- Acaba de llamar Arturo.
Arturo había sido el padrino de nuestra boda
-- Llamó preguntando por tí. Se encontraba en apuros.
-- ¿Qué clase de apuros?
-- No lo sé -dijo-. Pero está en la cárcel.
-- ¿Estás segura?
-- Sí. Acaba de llamar.
-- Iré a verlo ahora mismo. No te preocupes. Es probable que sea algo de poca monta. Te llamaré pronto.
Me desaté el delantal, me dirigí a la oficina del jefe de los laboratorios.
-- ¡Arturo está en la cárcel! -dije.
-- Y, ¿Por qué?
-- No lo sé, voy a verlo
-- Llámame cuando sepas algo.
-- Lo haré.
Eran las 8 y 45, la hora de mayor circulación, lo que es una constante posibilidad de accidente.
Arturo es mi amigo, lo ha sido desde que iniciamos los estudios en la escuela de medicina. Es un muchacho brillante y un médico hábil. Tiene fé en lo que hace
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