Mesalina
El hombre suspiró, meneo la cabeza y volvió a ponerse las gafas de leer. Ahora veía mejor que nunca las arrugas cruzadas --verticales, horizontales, oblicuas, le impresionó el abanico de plieguecillos-- como una telaraña.
De la espuma de afeitar los labios emergían, más rojos de lo normal. Limpio el contorno y permaneció un rato preguntándose, porqué había podido tenerlos bajo la nariz tantos años sin poder taparlos con unos bigotes.
No podían ser suyos aquellos labios blandos y sin carácter.
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