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viernes, 20 de enero de 2017

   A las cinco partieron. Las criadas del servicio habían salido adelante.
Daniel  se desvivía por conversar con doña Inés. Al pasar por la quebrada de las piedras trató de emparejarse con ella para hablarle. El potro rucio caminaba más que los otros caballos, Daniel se atrevió a preguntarle;
   --¿Le parece suave en andar de ese caballo?
   --Suavísimo, contestó ella; podría llevar un vaso de agua y no se derramaría.
   --Así es, en la hacienda no hay otro que camine como él.
   --Debieron ensillarlo para mi madrina.
   --Ese potro es el mío
   --¡Ah! ¿Este es el de usted?
   --Si, señorita.

A las seis y media entraron en la ciudad.
   En ese año, la ciudad se extendía desde el pie de la colina hasta la capilla de San Nicolás y desde la orilla del río hasta la plazuela de Santa Rosa

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